IMPORTANTE: esta actividad es hablada en portugués, será subtitulada luego que sea posible. Se resume abajo en español la conversación:
Tras una breve introducción por parte de Maria João Machado (directora artística de la 8ª Semana de Cine Portugués), João Ribeirete (responsable de asuntos culturales de la Embajada de Portugal en Argentina) detalla los cuatro grandes tópicos que van a definir el coloquio sobre estas películas. En primer lugar, la contextualización, es decir, las condiciones de producción y de realización que hicieron posibles estos largometrajes. En segundo lugar, la relación entre cine y memoria, la utilización de la cámara como herramienta para dejar y crear testimonio. Luego, el poscolonialismo, la invisibilidad y la marginalidad creada a partir de aquellas experiencias históricas, y las formas en que el cine busca echar luz sobre el pasado colonialista y el presente. Y, por último, la recepción que estas películas tuvieron, su circulación y su relación con el público.
La conversación comienza con Camilo de Sousa, codirector (junto a Isabel Noronha) de Sonhámos um país, documental que por medio de testimonios y material de archivo reconstruye las luchas revolucionarias en el Mozambique de los años 70 y la posterior desilusión con el brutal régimen que se instauró después de la revolución.
Camilo comparte que la película nació a partir de una conversación con una investigadora de estudios sociales y la necesidad que sentía de contar aquella historia. Después de la independencia de Mozambique comenzó un silencio social. Se dejó de hablar de muchas cosas, tantas otras se escondían y Camilo cargaba con todos esos silencios adentro. Cuando tiempo después enfermó, sintió el impulso de empezar a registrar lo que sucedía y comenzó a filmar, con una búsqueda clara de construir memoria. Tiempo después se sumó al proyecto el productor Pedro Borges, de Midas Filmes, quien significó un gran apoyo para hacer realidad el documental y conseguir los fondos necesarios para la posproducción.
El rodaje se hizo en buena parte con recursos propios y amigos que fueron parte del equipo técnico y aportaron materiales de todo tipo.
La intención de todos era clara: usar al cine como memoria y eso se pudo constatar en la reacción del público en el estreno en Portugal. Con las salas llenas en sus primeras pasadas (en el festival Doc Lisboa), quedó claro que efectivamente existe el deseo y la necesidad de hablar y escuchar sobre lo que pasó en esos años.
El film propone a su vez reflexionar sobre el presente y entender, por ejemplo, las luchas actuales por el gas natural en Mozambique. Comprender el pasado colonialista ayuda también a imaginar maneras de reconfigurar un país y su futuro. Si no se produce un cambio profundo, el porvenir se vuelve incierto en un panorama dominado por políticos mezquinos. Después de la revolución, los ideales fueron dejados de lado y se instauró un régimen neoliberal, instrumento de un capitalismo salvaje que fue corrompiendo al país poco a poco hasta convertir a Mozambique en uno de los países más pobres del mundo.
Sonhámos um país busca echar luz sobre estas cuestiones. Los sueños de justicia y progreso olvidados y el atropello a la libertad que se vive hoy en día, donde incluso periodistas van presos por denunciar la corrupción.
A continuación, Basil da Cunha presenta O fim do mundo, una ficción encarnada por no-actores que se sumerge en los barrios marginados de Lisboa, donde las huellas dejadas por años de desigualdad se siguen perpetuando. La película significó su regreso al barrio Reboleira, en el cual ya había trabajado en films anteriores. Su intención original era hacer su propia película con espíritu de ciencia ficción en la cual los enemigos serían las retroexcavadoras que estaban destruyendo el barrio.
El ‘fin del mundo’ del título es en cierto punto el fin de la inocencia, encarnada en la realidad de los jóvenes encerrados en instituciones correccionales, quienes en muchos casos salen peor de como entraron, cargando con el estigma de esa experiencia.
Para la película fue importante la incorporación de la música propia de las personas del barrio. El film propone un retrato y una celebración de la riqueza cultural de Reboleira.
El rodaje y el intercambio con los no-actores fue construyendo la película en un proceso de escritura y reescritura conjunta.
En línea con la búsqueda por trabajar la dimensión cultural del barrio, los diálogos de la película son hablados en criollo caboverdiano -es decir, la lengua natural de los protagonistas-, para quienes el portugués es en realidad el idioma de la autoridad, “el idioma de la TV”.
A diferencia de otros ejemplos anteriores, en que era evidente la mirada de un observador externo, hablando en nombre del barrio, la intención de O fim do mundo es hacer un film desde adentro de Reboleira y para adentro de Reboleira.
Al igual que los músicos de jazz, los intérpretes de la película estaban abiertos a la improvisación. No se les entregaba un guion con diálogos escritos y cerrados, pero objetivos que ordenaban sus acciones en la escena. De esta forma, y utilizando la riqueza dinámica del criollo, los actores reconfiguraron el sentido de las escenas, haciéndolas crecer.
La conversación continúa con José Oliveira y Marta Ramos, director_s de Guerra, documental que retrata la vida familiar y los reencuentros con antiguos compañeros de armas de un excombatiente agobiado por los recuerdos y los fantasmas del pasado que lo acosan.
La película nació de la intención de hacer un homenaje a su amigo José Lopes (protagonista y co-guionista del film) y trabajando junto a él la estructura fue cobrando forma.
Se retratan por un lado las reuniones de veteranos y éstas, a su vez, fueron acompañadas por improvisaciones e ideas propuestas por el protagonista que contribuyeron a dar forma al documental. José Lopes era también actor de teatro y logró una gran complicidad con l_s director_s que, por su habitual trabajo con no-actores, estaban abiertos a la sorpresa.
El documental propone repensar la relación con el pasado de Portugal y en eso jugó un papel importante el aporte de actores como Luís Miguel Cintra y Diogo Dória (actores portugueses que trabajaron mucho con Manoel de Oliveira, por ejemplo), que representan un universo más “mítico” en la representación de esa historia.
Ante la propuesta de João Ribeirete de pensar sobre el rol activo o pasivo de la cámara en la creación de un cine que busca dar cuenta de las experiencias colonialistas y sus consecuencias, Camilo de Sousa –quien a su vez es uno de los fundadores del Instituto de Cine de Mozambique- recuerda la observación de Godard en la que señalaba que Mozambique y el cine “nacieron prácticamente al mismo tiempo”. La cámara es una herramienta importante para las personas a las que les gusta ser filmadas y les gusta verse en una pantalla. Si bien Mozambique tenía al portugués como idioma oficial, en la práctica cuenta con más de cincuenta dialectos y una fuerte división étnica. En ese contexto, el cine fue muy útil en el proceso posterior a la independencia para construir la unidad nacional, conocerse a ellos mismos como nación y a su propia cultura. “Construimos el cine y nos construimos a nosotros mismos”, resume Camilo. En la construcción de aquel cine tuvo un papel importante Jean-Luc Godard, quien estuvo allí, en aquel agitado proceso de la creación del Instituto de Cine de Mozambique. El director francés comprobaba la importancia y la fuerza de la imagen y la representación audiovisual incluso en situaciones cotidianas, como la visita a una aldea, en que fotografiaban a un gallo, y por ese mismo hecho el animal se convertía en una celebridad de la aldea.
Es evidente que el cine puede tener un rol importante en la construcción política de un país y Sonhámos um país es una película que es consciente de esto y, en consecuencia, le otorga a la cámara un rol activo. De hecho, esa misma concepción es una de las razones por las cuales Camilo de Sousa hoy no vive en Mozambique.
Además, a la hora de pensar la puesta en escena de O fim do mundo, Basil da Cunha tenía claro que el lugar de la cámara era estar siempre entre los personajes. A diferencia del enfoque periodístico, que cuando filma Reboleira lo hace con teleobjetivos, con planos generales, a la distancia y desde afuera. La primera misión de la cámara en esta película es documentar la realidad frágil que desaparece rápidamente. De hecho, parte del barrio incorporado en algunas escenas, meses después, ya no existía, destruido por las retroexcavadoras. El cine, entonces, ofrece la posibilidad de un “ajuste de cuentas” con esas injusticias. Se deja registro de lo que se intenta destruir e, incluso, se ofrece la posibilidad de cambiar esa realidad, imaginar un desenlace diferente. Así como “Quentin Tarantino mata a Hitler, o le da a Django su venganza triunfal”, Basil da Cunha intenta ayudar a construir una identidad y transformar la historia de este barrio.
En Guerra, el cine funcionaba como dispositivo para la memoria en un sentido bien concreto para José Oliveira y Marta Ramos. La posproducción del documental se hizo después de la muerte de José Lopes, lo que significaba un dolor para ambos, pero también era el aliento para continuar, saber que la película sería un registro y un homenaje para él; fue siempre una ayuda para lidiar con la pérdida.
Pensar el cine desde una perspectiva poscolonial para Camilo de Sousa es lo que lo motiva a querer hablar con las personas, contar cómo fue hecha la película. Mozambique es un país marcado por el silencio en el que muchas cosas hasta el día de hoy no se dicen. En ese sentido, el cine cumple también una función didáctica. Si filmar es mostrar y contar, las películas tienen la posibilidad de transformar la realidad que se vive en ese país, rompiendo el silencio.
Sonhámos um país tiene algunos puntos en común con Kuxa Kanema – O Nascimento do Cinema (2003), una película de Margarida Cardoso que también aborda este preciso momento histórico, inmediatamente posterior a la independencia. Ambas comparten la voluntad de transmitir y compartir con sus espectadores una memoria.
Sonhámos um país aún no pudo estrenarse en Mozambique porque el contexto electoral –teñido por el fraude- no ofrecía las condiciones necesarias para poder exhibir el documental. Pero para Camilo de Sousa es importante que la película pueda verse en Mozambique eventualmente, donde aún nadie cuenta estos sucesos históricos tal como los vivieron quienes los atravesaron desde adentro. Por lo pronto, los mozambiqueños en Portugal que pudieron ver el film le dieron una buena recepción.
José Oliveira y Marta Ramos son conscientes de que buscaban visibilizar algo muchas veces callado, el otro lado de la guerra. Cuando los combatientes regresan, deben volver a sumergirse en la vida cotidiana, pero cargando con los traumas y el dolor de su pasado. Para construir el documental tomaron referencias del trabajo sobre la guerra de otras películas, de otras latitudes, ya que los traumas de la guerra son reales, atraviesan transversalmente a la humanidad, en un punto, son universales. Así es que los testimonios de personas que pasaron por esa experiencia fueron muy importantes.
Un lugar central lo jugaron las fotografías y particularmente el gran álbum familiar, que estructura el relato de la película. Estos álbumes son objetos en los cuales las personas dan testimonio de sus propias vidas y construyen su memoria. Por eso mismo una pregunta clave era pedirle a las personas que brindaban testimonio que cuenten qué les pasaba al ver nuevamente sus fotos.
La película tuvo una recepción muy cálida (tanto en festival Doc Lisboa, como en otras proyecciones) y muchos espectadores manifestaron su cariño y su interés por la historia y sus personajes. Para Oliveira y Ramos es una alegría que ahora pueda verse también en Latinoamérica.
O fim do mundo tuvo su estreno en Locarno y allí pudieron viajar junto a Basil da Cunha muchas personas que trabajaron y actuaron en la película, quienes vivieron con orgullo la exhibición y la recepción del público del festival.
El estreno en Portugal fue la oportunidad para que periodistas y otras personas conozcan el barrio, y fue fantástico ver a las personas de Reboleira sentirse orgullosas de cómo se habla de su barrio.
En el festival IndieLisboa los actores pudieron asistir al estreno con toda la pompa y vivir esa experiencia, rompiendo también con la lógica de nicho que muchas veces abunda en el cine de festivales, se logró una mezcla entre lo real y lo profundo y, por una vez, los márgenes ocuparon el centro.